Este periodo, muy importante para la pintura, abarcó aproximadamente los años 500 a 1500 de la era cristiana. El arte bizantino albergó la herencia grecolatina y la enriqueció incluyendo en ella características orientales. Su principal manifestación consistió en las miniaturas de los manuscritos y los iconos o pinturas sobre tabla.
La técnica bizantina se caracterizó principalmente por la regularidad en el dibujo, buena composición y excelente manejo del color. Se afirma que este estilo se estancó y llegó a caer en la monotonía.
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En Bizancio, Venecia, Roma y otras capitales progresaron las artes del fresco
-que consiste en pintar directamente sobre la argamasa fresca, que al secarse incorpora la pintura al muro de manera permanente. Con esta técnica se decoraron los muros de las iglesias con escenas religiosas para el conocimiento de los fieles.
La doctrina iconoclasta, que prohibía las imágenes religiosas, limitó su florecimiento, e indujo el éxodo de muchos artistas que invadieron Italia y revolucionaron el arte cristiano.
Se puede afirmar que la pintura bizantina fue el nexo entre el mundo antiguo y el Renacimiento.
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